La caída del Muro de Berlín en 1989 y la disolución de la Unión Soviética en 1991 signaron la desestructuración del mundo bipolar establecido luego de la II Guerra Mundial. Este estuvo caracterizado por el establecimiento de dos sistemas antagónicos en los planos económico y político encabezados respectivamente por los Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Ambos campos fueron pugnantes entre 1945 y 1991 hasta que el fracaso soviético abrió el raudo desarrollo de la globalización.
En efecto, ese corsé colocado al mundo por la bipolaridad entre sistemas económica y militarmente antagónicos, desapareció casi repentinamente. El capitalismo se expandió notoriamente en parte -pero no exclusivamente- sobre los países que habían integrado la ex Unión Soviética, entre otros, Polonia, Checoeslovaquia –separada luego en República Checa y Eslovaquia- Rumania y Bulgaria. Pero además cambió la dinámica del capitalismo que, al amparo de la doctrina neoliberal, se expandió por el resto mundo. Los países capitalistas avanzados de ese entonces buscaron maximizar sus ganancias mediante la minimización de sus costos productivos, laborales, impositivos, etc. En función de esto radicaron inversiones en terceros países e incluso cerraron fábricas en su propio territorio y las relocalizaron en otros, en busca de gastar menos y producir más.
Curiosamente China, no obstante su régimen comunista, fue el país que recibió más inversiones directas de Estados Unidos; en menor cuantía, las recibió también de otros países capitalistas avanzados.
En paralelo con este proceso, el capitalismo globalizante hiperdesarrolló las actividades financieras al punto que en muchas grandes empresas, las gerencias financieras terminaron ocupando un lugar central.
Pero este exitoso desempeño no duró mucho. En 2008, una dura crisis financiera sacudió al orbe, en particular Estados Unidos. Fue una primera llamada de atención que indicó que algo no estaba funcionando bien. A la que cabe agregar la llamada Crisis del Euro, de noviembre de 2011, que afectó a la Unión Europea y, en particular, a la Eurozona, en las que se incluían los socios militares y económicos más importantes de la gran potencia norteña.
Por otra parte, tras el final de la Unión Soviética, Estados Unidos quedó como la única superpotencia militar del planeta lo cual -sumado a la primacía económica norteamericana- instaló un nuevo orden caracterizado por la unipolaridad. El Pacto de Varsovia, alianza militar encabezada por Rusia, se derrumbó con ésta y, por el contrario, la OTAN y el Grupo de los 7 (G7) -ambos hegemonizados por los Estados Unidos- quedaron como dominadores del mundo.
Sin embargo, rayo en cielo sereno, ocurrieron los ataques a las Torres Gemelas y al Pentágono, del 11 de septiembre de 2001, perpetrados por la organización Al Qaeda cuyo asiento territorial más importante se encontraba en Afganistán. Estados Unidos respondió este ataque con una escalada bélica que se fue extendiendo geográficamente y el en tiempo hasta abarcar buena parte de Oriente Medio y aledaños. La persistencia de las guerras de Afganistán (comenzada en 2001), de Irak (comenzada en 2003), y de Siria (iniciada en 2011) que llevan ya 19, 17 y 9 años de duración respectivamente, a las que debe agregarse la victoria pírrica en Libia, resuelta en 2011 en favor de Estados Unidos y sus aliados, marcaron una inesperada incapacidad norteamericana para imponer un resultado a su favor en el campo de Marte. Algo casi inexplicable, tratándose de la potencia que poseía –y aún posee- el mayor gasto militar y las fuerzas armadas más poderosas del mundo.
Concomitantemente, el poderío económico de China avanzó a paso sostenido, con un crecimiento porcentual promedio del PBI de alrededor de 8% entre 1980 y 2019, contra una performance norteamericana mucho menor. Rusia, por su parte, recuperó con el tiempo su estabilidad política y económica, así como sus capacidades militares, tal como lo demostró con la recuperación, en 2014, de Crimea y Sebastópol y con su intervención sobre las provincias de Donetz y Lugansk, en Ucrania. Y también con su participación militar en la guerra de Siria, que volcó la situación en favor del presidente Brashar al Assad, en detrimento de los Estados Unidos.
En este contexto de crisis financieras, escaso desarrollo económico y fracasos militares de aquel país y sus aliados principales, de un lado, y de intenso crecimiento económico chino y de recuperación de capacidades militares rusas, por otro, mudaron las correlaciones de fuerza a escala planetaria. Y se fue abriendo paso un proceso de reconfiguración a escala mundial de las relaciones de poder. Estados Unidos no es ya una superpotencia solitaria y la unipolaridad que había regido desde 1991 se ha disuelto. En lugar de esa unipolaridad se va instalando un nuevo orden en el que es ya distinguible una polaridad económica, que enfrenta a los Estados Unido y China. Y otra militar, que enfrenta a Estados Unidos y Rusia. La antedicha reconfiguración estaría albergando hoy, entonces, una doble polaridad.
Vale la pena destacar que la afirmación de China tanto como la de Rusia como actores de primer nivel a escala mundial ha tenido sus repercusiones sobre Latinoamérica. La actividad comercial y financiera de la primera ha crecido significativamente en nuestra región y mantiene este decurso. Rusia por su parte, si bien ha tendido algunos lazos en los ámbitos mercantil y financiero, se destaca más bien el en campo del comercio armamentístico.
Esta reciente situación bipolar de pugna y competencia enmarcará las condiciones bajo las cuales se desarrollará la explotación y apropiación de beneficios de los recursos estratégicos latinoamericanos, así como de sus impactos económicos, políticos, sociales, ambientales, demográficos y de salud, entre varios otros. Una vez más América Latina enfrenta una encrucijada que se repite a lo largo de su historia: caer en las deletéreas redes que han convertido a sus diferentes países en subordinados cuando no también sumisos a los poderes internacionales de turno o emprender un camino propio en busca de ampliar sus márgenes de soberanía política, de autodeterminación económica y de asociación con países de la región o de otras latitudes que propicien esta vía. En este segundo caso, seguramente los recursos estratégicos se pondrán a resguardo y se podrá obtener de ellos un mejor provecho.
El empoderamiento chino y el reposicionamiento del espacio gran asiático como nuevo epicentro de la economía mundial ( como antes lo fue el Mediterráneo, luego el Báltico y después el Atlántico) se caracteriza por las altísimas tasas del crecimiento económico sostenido durante décadas a partir de una vertiginosa productividad de sus conglomerados industriales y tecnológicos. Este proceso de transformación fue iniciado en 1978 con el programa de las cuatro modernizaciones en el sector rural, en la industria, en las fuerzas armadas y en el área de ciencia y tecnología al tiempo que promovía una amplia apertura a las inversiones industriales extranjeras en su inmenso mercado. Como contrapartida, a partir de una férrea dirección política y económica del Partido Comunista, se impuso a las transnacionales occidentales el requisito de transferencia tecnológica mientras formaba a los cuadros técnicos y científicos chinos, base de la autonomia tecnologica actual.
Como consecuencia directa de este proceso de transformación al menos de 400 millones de ciudadanos chinos -sobre un total de 1300 millones- acceden en la actualidad a elevados estándares de consumo intensivo capitalista propios del mundo occidental al tiempo que erradicó la pobreza extrema y las historica hambrunas en el resto de la población que va ingresando paulatinamente a la dinámicas de mercado. Es notable la magnitud de los cambios si se considera que toda la población de Estados Unidos (incluyendo a los pobres) alcanza los 330 millones de habitantes.
China se ha convertido en la principal potencia económica y aspira a serlo en los próximos años también en términos científico-tecnológicos y militares (tal como surge de su Plan China 2025) lo cual representa el desafío crucial a la hegemonía estadounidense en declive. Como parte de la estrategia de transformarse en la mayor potencia comercial del mundo, China está reconstruyendo la histórica Ruta de la Seda de los siglos XV a XIX, ahora a través de autopistas, puertos, barcos y trenes de alta velocidad con el objetivo de ampliar el mercado para productos y servicios chinos en los países asiáticos, mundo árabe y Europa occidental al tiempo que aumenta de manera significativa su gravitacion económica en África.
En este escenario China representa el principal desafío a la hegemonía norteamericana. Dicha disputa se expresa en la actualidad en plano comercial y tecnológico en estrecha vinculación con el fenonemal déficit norteamericano en su comercio con la potencia emergente - que explica la ríspida guerra de arancelaria entre ambas naciones- y con la importancia estratégica y militar de los desarrollos científicos aplicados al campo de la alta tecnología comunicacional. Washington critica en particular el sistema de co-empresa que Beijing impone a las compañías estadounidenses. Según este sistema, las compañías que quieren acceder al mercado chino tienen que asociarse obligatoriamente con una compañía local y compartir con ella su tecnología. Específicamente, la disputa en este último campo gira en torno el dearrollo chino de la tecnología móvil 5G que les permite obturar las posibilidades de progreso en segmentos de alta tecnología a EEUU cuyas redes informacionales se encuentran basados en tecnologías anteriores de 3G y 4G. Hoy las corporaciones Chinas Huawei y Qualcomm, duopolio en la carrera por el establecimiento de los nuevos estándares comunicacionales poseen más patentes 5G que cualquier otra compañía en el mundo. La potencia de oriente, por su parte, se propone en su plan China 2025 dejar de depender de insumos de occidente para proveer a sus sectores estratégicos. ¿Qué es ese plan, para qué lo hace China y porqué resulta inconveniente para EEUU?
El objetivo: convertirse en un líder mundial en 10 sectores industriales clave:
En estos sectores, China se esfuerza por fortalecer su capacidad de innovación doméstica, para reducir su dependencia de las tecnologías extranjeras al tiempo que asciende en las cadenas de valor globales (CGV).
Fuente: Presentación de Gustavo Girado (2019) en III Jornadas Manuel Ugarte CEIL-UNLa.
En este contexto de dramática transfiguración del orden mundial existe la preocupación acerca del lugar que “le es otorgado” a nuestra región en función de la notable disponibilidad de reservas energéticas, minerales y de la alta biodiversidad de nuestros territorios. La emergencia de China y Rusia como bloque de poder pone en cuestión la hegemonía norteamericana en el comando del capitalismo globalizado. No es, en absoluto, inocua para América Latina. En este marco, nuestra región deviene un ámbito por excelencia de la disputa estratégica entre ambas potencias, las cuales son dependen de los recursos vitales situados fuera de la geografía de sus territorios. América Latina dispone al menos 41 minerales considerados críticos por su escasez o disponibilidad relativa. De ahí la necesidad de reasegurar por parte de las potencias la estabilidad en el suministro. El “american first” esgrimido por el ex- presidente Trump incluye dentro de ese rótulo geográfico -ahora sí, aunque de manera subordinada- a Latinoamérica conforme al carácter expansionista intrínseco de la potencia del norte.
China ya es el principal cliente comercial de América Latina desplazando a EEUU que, precisamente por ello, busca reposicionarse ferozmente en su histórico “patio trasero”. China demanda en volúmenes cuantiosos productos agromineros y energéticos que América latina dispone en cantidad. La región posee yacimientos de la casi totalidad de los minerales considerados económicamente relevantes y estratégicamente críticos en la Unión Europea, entre ellos, aluminio, bauxita, boro, cobre y hierro, entre muchos otros, sumados a cuantiosos recursos ictícolas y proteicos. Este hecho promueve un debate entre aquellos que perciben un “círculo virtuoso” con el redespliegue económico chino pero sin contemplar las asimetrías con nuestra región y aquellos que conciben la presencia oriental como una amenaza a la soberanía de nuestros países debido a que promueve - o nos constriñe a- la reprimarización de nuestras economías.
Como en tiempos coloniales, América Latina exporta a China soja y otros granos; aceites vegetales y animales; productos alimenticios con bajo valor agregado; animales vivos; tabaco; cueros y pieles; hidrocarburos y recursos ícticolas y minerales. Importamos maquinarias, infraestructura y equipos de transporte ferroviario junto a una amplia variedad de manufacturas. Situación compleja para nuestra region y en especial para Argentina, Brasil y en menor medida México en tanto promueve procesos de desindustrialización eliminando las posibilidades de reconstruir el polos industriales, ferroviario, aeronáutico o el polo naviero, entre otros y afectando fatalmente al -todavía vigoroso- conglomerado de pequeñas y medianas empresas.
La posibilidad latente de un “nuevo Potosí” recoloca el foco en la cuestión –cada vez más crítica- de los recursos y sus modos de valorización y apropiación en el marco de disputa geopolítica de primer orden entre China y EEUU desarrollada al interior de nuestros países. Dadas las circunstancias, aumentan las dificultades para doblegar aquella vieja máxima que indica que “todo está permitido para los latinoamericanos menos dejar de ser extractivistas”.
La disputa creciente entre las potencias emergentes de China y Rusia y el hegemón norteamericano se despliega a escala mundial donde ya no es posible delinear las tradicionales “áreas de influencia” entre las fuerzas en pugna. En tiempos de (des) globalización ningún territorio sea geográfico, cultural, tecnológico-digital, del espacio sideral y hasta el espacio íntimo-personal incluido el campo inmunológico, se encuentra exento de la dinámica de conflicto planetario.
En este marco, el desafío para Latinoamérica consiste -una vez mas- en dilucidar el modo de pasar “del sueño de la Patria Grande” a su acción efectiva dentro del entramado de fuerzas reales a escala mundial. Todos los intentos integradores precedentes tuvieron una estrecha vinculación con las brechas abiertas en escenario internacional. A mayor grado de disputas entre los centros de poder mundial mayor margen potencial de autonomía relativa para nuestra región a condición de implementar y llevar a la práctica efectiva por parte de gobiernos latinoamericanos proyectos políticos autonómicos de manera mancomunada.
La complejidad del escenario requiere escapar de los análisis de tipo dicotómico que reducen la situación tanto a una supuesta “amenaza china” o bien , desde el otro extremo, que acogen la nueva realidad proveniente de Asia como la “vía directo” hacia el desarrollo económico regional desprendiéndose de las tradicionales tutelas occidentales. Ambas miradas pecan de cierto reduccionismo al dejar de lado elementos centrales en función de la propia realidad y necesidades nacionales. Por un lado, se torna imprescindible identificar las características singulares del proyecto de redespliegue de poder chino en plena expansión y, por otro, la cuestión decisiva de las abrumadoras asimetrías en términos económicos, productivos y capacidades tecnocientíficas dentro del delicado entramado de intereses políticos contrapuestos que emergen ahora en el histórico “patio trasero” del país del norte.
Por un lado, el análisis riguroso de las características del proyecto de poder chino permite evidenciar el enorme caudal de prejuicios y temores motorizados por la visión occidenalista que apuntan a obturar la profundización de las relaciones sino-latinoamericanas. A diferencia de las potencias occidentales, la tradición imperial china no cuenta con una historia de conquistas territoriales por medios militares sino de ejercer su predominio mediante las relaciones comerciales. China no impone - al menos de manera explícita- un programa político a cambio de inversiones u oportunidades comerciales. La narrativa de su despliegue incluye el respeto irrestricto a la autodeterminación de los pueblos y la soberanía de los estados como principio rector de su política exterior. Por tanto, los eventuales conflictos de intereses surgidos de los regímenes de inversión china se dirimen en tribunales nacionales, dentro del marco normativo de cada país. De esta manera, la potencia asiática sostiene el discurso de una visión pragmática, caracterizada como “modelo win-win”, en la cual se contemplan en teoría los intereses y necesidades de la contraparte. De esta manera China se asegura el suministro de recursos estratégicos para su desenvolvimiento, a cambio de fuertes inversiones en logística, energía e infraestructura ofreciendo financiación blanda a los bancos centrales latinoamericanos.
En este sentido, no existiría una “teoría de los dos demonios” a nivel internacional promovida -paradójicamente- por sectores que no vieron nunca con malos ojos la tradicional subordinación y dependencia con las potencias occidentales. Sin embargo, China no deja de hacer valer el peso de su gravitación para garantizar y potenciar su propio interés nacional. Se torna urgente y necesario, entonces, identificar y fortalecer en la mesa de negociación con la nueva potencia el propio interés soberano que ya no puede contemplarse “en solitario” sino como parte constitutiva e inescindible de un horizonte continental, cada vez más urgente. Una visión y acción estratégica consecuente que permita el deslinde efectivo de las consecuencias perniciosas (algo más que “externalidades negativas”) en materia ambiental, productiva, socioterritorial y geopolítica que las determinaciones globales en torno a la apropiación de recursos conlleva. Por otra parte, las brechas que se han abierto en el orden mundial como consecuencia del desafío de potencias emergentes al “hegemón” dominante han históricamente contribuido a llevar a la práctica efectiva márgenes de autonomía latinoamericana.
La consolidación de China como potencia mundial, el proceso de reconfiguración que atraviesa el mundo y la pérdida por parte de los Estados Unidos de la posición de única superpotencia, han abierto tanto nuevas posibilidades como riesgos. Bajo estas nuevas condiciones, el aprovechamiento virtuoso de la oportunidad de mantener con China relaciones económicas estratégicas (comerciales, financieras, de inversión, etc.) dependerá en buena medida de que se priorice en los países y Estados latinoamericanos una sólida voluntad de defensa mancomunada de su soberanía integral.
Desde esta perspectiva multidimensional y estratégica, los espacios geográficos y sus recursos devienen en sí mismos agencia (geo)política. Una suerte de instancia totalizante de la potencial transformación del orden de dominación en curso. En un contexto marcado por un orden global en flagrante descomposición, “lo geográfico” pierde su supuesto carácter neutro y aséptico y recobra su sentido constitutivo, eminentemente político. Por eso, no hay justicia social sin “justicia espacial” y no hay proyecto nacional sin proyecto territorial… y viceversa.
Si pensamos a América Latina desde esta perspectiva luego de cinco siglos de orden colonial y semicolonial, la condición periférica -fundante de nuestra región con base en la histórica apropiación de “recursos de la tierra” - mantiene plena vigencia, más allá de los sucesivos intentos de superación.
En definitiva, los espacios geográficos con sus disponibilidades materiales, simbólicas y naturales son –o pueden devenir en- espacios existenciales y, por lo tanto, constituyen instancias de lucha emancipatoria y resistencia política ante el avance implacable de la “commoditización de la vida” que encarnan las determinaciones del orden mundial en transfiguración.
Los desafíos en pleno curso presentan la necesidad de un relanzamiento de la integración latinoamericana ya no restringida a una dimensión economicista o institucionalista sino asumida activamente desde su “giro territorial”, en el sentido amplio y vital antes referido.