Malvinas como espacio geográfico está indisociablemente ligado al conflicto armado de 1982 entre Argentina y el Reino Unido por la disputa de soberanía entre Argentina y el poder imperial británico. Sin embargo, circunscribir el análisis al episodio bélico, con las evocaciones de horror que toda guerra conlleva, impide vislumbrar las múltiples dimensiones que atraviesan y configuran la geografía “profunda” de las islas. Los espacios geográficos no solo son plausibles de ser apropiados materialmente sino también simbólica – al estimular ideas y valores- e identitariamente -al formar parte de nuestra estructura de sentimientos y sentidos de pertenencia-. El conjunto vívido de representaciones, identificaciones y afectos que los lugares nos inspiran y generan van construyendo –también- los territorios en la medida que condicionan, promueven y/o obturan determinadas acciones a partir -y a través- de ellos. La llamada “desmalvinización”, término que designa el proceso de desactivación de las pasiones, los pensamientos, las acciones y las significaciones en torno a los hechos acontecidos a partir del 2 de abril de 1982 durante la posguerra, redujo la complejidad del acontecimiento a mera “aventura militarista” en el marco de las acciones genocidas de un gobierno dictatorial. Se buscó confundir los intereses espurios de la conducción militar con los compatriotas que combatieron por la causa nacional y ofrendaron su vida en Malvinas. Dicho proceso desculturización y desinformación cumplió en la práctica la función de inocular la legítima reivindicación territorial en la histórica lucha contra el –todavía vigente- colonialismo británico “naturalizando” la ocupación británica y promoviendo la aceptación tácita de acuerdos y procesos lesivos para los derechos y la dignidad argentina en el atlántico sur.