Biografía

Biografía

De literato a escritor nacional

Durante la segunda mitad del siglo XIX, la Argentina comienza a doblegarse frente a la penetración del imperialismo británico, que ejerce su dominación económica, política y cultural contando con la plena connivencia de la oligarquía nativa. El aniquilamiento de las montoneras federales y la masacre del pueblo paraguayo en la Guerra Guasú son los últimos episodios del triunfo de la barbarie letrada de la ciudad-puerto sobre las resistencias populares.

El país de las guerras civiles comienza a perderse en el tiempo y la nueva realidad semicolonial emerge de la mano de la inmigración europea, los capitales británicos, los bancos extranjeros y el tendido de la red ferroviaria dirigida hacia el puerto de Buenos Aires.

En este contexto, en 1875 nace Manuel Baldomero Ugarte en el seno de una familia ligada a la clase terrateniente. Su padre, Floro Ugarte, tiene importantes vínculos con los hombres más ricos del país e integra los círculos políticos de la Argentina oligárquica. A nadie puede extrañarle que el joven Manuel curse sus estudios primarios en un colegio de élite como el Nacional Buenos Aires y que en 1889 viaje a París, junto a sus padres, a celebrar los cien años de la Revolución Francesa. Para la oligarquía terrateniente, Francia era la patria cultural así como Inglaterra la patria económica. La Argentina tan solo era una inmensa estancia donde pastaban las vacas y los toros.

Manuel Ugarte de niño.

Manuel Ugarte de niño (c. 1880) Fuente: Norberto Galasso. Manuel Ugarte y la unidad latinoamericana. Buenos Aires: Colihue (Grandes biografías), 2012, p. 11

En 1893, respaldado por el holgado bolsillo paterno, Manuel Ugarte publica su primer libro de poemas y comienza a frecuentar a los principales escritores argentinos de la época como Lucio Mansilla, el autor de Una excursión a los indios ranqueles. También conoce al poeta Carlos Guido y Spano, quien fuera un valiente opositor a la guerra contra el Paraguay.

Inmerso ya en los círculos intelectuales, Ugarte funda en 1895 la Revista Literaria, que lo pone en contacto con escritores de distintos países latinoamericanos como el venezolano Rufino Blanco-Fombona, el uruguayo José Enrique Rodó, el nicaragüense Rubén Darío, y los peruanos Ricardo Palma y José Santos Chocano.

Gracias al prestigio que alcanza con dicha revista, en 1897 Ugarte regresa a París. Las obras que reflejan este momento de su vida son Paisajes parisienses de 1901, prologado por Miguel de Unamuno; Crónicas del Boulevard, con prólogo de Rubén Darío; y La novela de las horas y los días, con las palabras introductorias de Pío Baroja. No quedan dudas que Ugarte camina a paso firme entre los principales literatos del momento.

Es precisamente en las tertulias literarias y en las noches de bohemia parisina, donde Ugarte estrecha su amistad con otros escritores latinoamericanos y se sorprende por la honda afinidad lingüística, cultural, religiosa e histórica que predomina entre ellos. Ugarte admira todo lo que tiene en común con los peruanos, cubanos o venezolanos y, a su vez, descubre todo lo que separa a los escritores franceses, italianos o alemanes entre sí. A partir de esta experiencia, Ugarte se pregunta si los escritores latinoamericanos pertenecen a naciones diferentes o si, en realidad, todos integran una misma nación inconclusa.

Esta pregunta lo va a acompañar a lo largo de toda su vida. El problema de la balcanización de América Latina constituirá uno de los núcleos permanentes de su reflexión teórico-política.

Supongamos que la América de origen español es un hombre. Cada república es un miembro, una articulación, una parte de él. La Argentina es una mano. La América Central es un pie. Yo no digo que porque se corte un pie deje de funcionar la mano. Pero afirmo que después de la amputación el hombre se hallará menos ágil y que la mano misma, a pesar de no haber sido tocada, se sentirá disminuida con la ausencia de un miembro necesario para el equilibrio y la integridad del cuerpo (1).

Al mismo tiempo en que denuncia la mutilación de América Latina, Ugarte comienza a alertar acerca del Peligro yanqui, tal como titula a una de sus más importantes conferencias. Nuestro autor observa que frente a los Estados Unidos de Norteamérica se encuentran los Estados desunidos de la América del Sur. Ugarte considera que el poderío estadounidense no se debe a una falsa superioridad cultural o racial sino que se desprende de la integridad territorial que este país logró conservar luego de su independencia. Al respecto, Ugarte reflexiona:

Si la América del Norte, después de 1776, hubiera sancionado la dispersión de sus fragmentos para formar repúblicas independientes, si Georgia, Maryland, Rhode Island, Nueva York, Nueva Jersey, Connecticut, Nueva Hampshire, Maine, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Pensilvania se hubieran erigido en naciones autónomas, ¿comprobaríamos el progreso inverosímil que es la distintiva de los yanquis? (2).

La fragmentación latinoamericana es la puerta de entrada del imperialismo norteamericano. El avance neocolonial de los Estados Unidos sobre la región solo se realiza por la vía militar como un recurso extraordinario. Antes bien, la dominación se asegura por medios pacíficos y sigilosos que Manuel Ugarte describe de la siguiente manera.

No es indispensable anexar un país para usufructuar su savia. Los núcleos poderosos sólo necesitan a veces tocar botones invisibles, abrir y cerrar llaves secretas, para determinar a distancia sucesos fundamentales que anemian o coartan la prosperidad de los pequeños núcleos. La infiltración mental, económica o diplomática puede deslizarse suavemente, sin ser advertida por aquellos a quienes debe perjudicar, porque los factores de desnacionalización no son ya, como antes, el misionero y el soldado, sino las exportaciones, los empréstitos, las vías de comunicación, las tarifas aduaneras, las genuflexiones diplomáticas, las lecturas, las noticias y hasta los espectáculos (3).

A partir de descubrir la cuestión nacional latinoamericana y el problema del imperialismo, la literatura pasa a un segundo plano y la vocación de Ugarte se consagra al ensayo político y a las conferencias en las que denuncia nuestra realidad oculta.

Manuel Ugarte (1903)

Manuel Ugarte (1903) Fuente: Manuel Ugarte. Enfermedades sociales. Barcelona: Casa Editorial Sopena, 1906

Por estos años, abraza la causa socialista, a la que llama Las ideas del siglo. De esta manera, Ugarte afirma que así como admitimos la existencia de clases dominantes y clases dominadas, también estamos ante el deber de reconocer que hay naciones dominantes y naciones dominadas. Por esta razón, Ugarte va a proponer un socialismo que sepa conjugar la lucha por la cuestión social con la defensa nacional de los países oprimidos frente a los imperios que los oprimen. Al respecto, Ugarte sostiene: “Yo creo que en los momentos que atravesamos el socialismo tiene que ser nacional. El internacionalismo es un ideal tan hermoso como distante que está en su verdadero plano en el fondo de los horizontes” (4).

La defensa del socialismo nacional latinoamericano halla un terreno infértil en el seno del Partido Socialista que, debido al liberalismo económico, la mentalidad de Patria Chica, las doctrinas spencerianas y la historia mitrista abrazados por Juan Bautista Justo, actúa como ala progresista del régimen oligárquico (5). Por esta razón, Manuel Ugarte será expulsado del partido en dos ocasiones.

En un contexto donde la élite intelectual importa la filosofía positivista para explicar por medio del prejuicio racial el vasallaje de nuestros pueblos, Manuel Ugarte refuta el racismo imperante y reafirma la identidad latinoamericana mestiza: “¡Somos indios, somos españoles, somos latinos, somos negros, pero somos lo que somos y no queremos ser otra cosa!”.

Patria Grande, revisión histórica y nacionalismo económico

Empuñando las banderas de la Patria Grande, el antimperialismo y el socialismo nacional latinoamericano, Manuel Ugarte inicia en 1911 una campaña de divulgación de sus ideas por toda la región. En su itinerario visita Cuba, República Dominicana, México, El Salvador, Guatemala, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, Brasil, Paraguay, Uruguay, hasta que en 1913 regresa a la Argentina. En esta campaña, Ugarte se encuentra con dos realidades: por un lado, el público masivo de estudiantes y obreros que asiste a sus conferencias para conocer estas ideas que pocos se atreven a proclamar en voz alta. Por el otro, el permanente sabotaje que los Estados Unidos instrumentan por medio de su diplomacia para impedir que Ugarte se exprese. Entre las maniobras que padece, se encuentra la clausura de los teatros donde debe disertar o hasta trabas legales que llevan a que no pueda desembarcar en algunos países.

Por entonces, Manuel Ugarte publica sus libros más importantes: El porvenir de la América Latina (6); Mi campaña hispanoamericana; La Patria Grande; y El destino de un continente. En este último libro, Ugarte recuerda las agresiones imperialistas que padeció América Latina, presentadas bajo la máscara de empresas civilizadoras.

esde que las antiguas colonias españolas dispersaron su esfuerzo, los gobiernos imperialistas no vieron en el confín del mar más que una debilidad. Así se instalaron los ingleses en las islas Malvinas o en la llamada Honduras Británica; así prosperó la expedición del archiduque Maximiliano; así nació Panamá; así se consumó la expoliación de Texas, Arizona, California y Nuevo México. Estamos asimilados a ciertos pueblos del Extremo Oriente o del África Central, dentro del enorme proletariado de naciones débiles, a las cuales se presiona, se desangra, se diezma y se anula en nombre del Progreso y de la Civilización (7).

Para el imperialismo británico y norteamericano, civilizar es balcanizar. El repaso de las agresiones imperialistas en La Patria Grande lo lleva a Ugarte indefectiblemente a revisar cómo se escribió nuestra historia. Lo primero que descubre es que, una vez producida la fragmentación de la región, en cada uno de los países se escribió y oficializó un relato histórico en la clave de las Patrias Chicas, que borró de nuestra memoria cualquier reminiscencia al origen común. Nuestra historia oficial es la justificación del desmembramiento, las memorias de los pedazos dispersos de la América Latina desgarrada.

La Historia de la América Latina no ha sido escrita aún. Hemos tenido desde luego brillantes historiadores que han sabido referir de manera maravillosa a veces, algunos de los trances o escenas de nuestra vida nacional, que han trazado de una manera insuperable la monografía de nuestros héroes, que han logrado reflejar en páginas durables un instante del pensamiento, o el sentimiento de una zona de nuestra América Latina; pero no ha surgido todavía el sintetizador que abarque el conjunto de todo el movimiento hispanoamericano y lo refleje en su continuidad, en su amplia significación, desde el momento de la Independencia hasta nuestros días; quiero decir con esto que falta en la historia latinoamericana la concreción final, la orquestación suprema que podría permitirnos abarcar en una sola visualidad todo el horizonte y todos los horizontes (8).

Asimismo, Ugarte advierte que, de la mano de la historia falsificada, se buscó destruir para las generaciones futuras la figura de aquellos que bregaron por la soberanía territorial, económica y cultural de nuestro suelo. Los próceres condenados por el relato histórico dominante deben ser revisados, redescubiertos. Es el momento de quitarles el mote difamatorio de bárbaros para encontrar en el pasado la clave de las luchas futuras.

Rosas y Artigas, hombres apasionados y violentos, no hubieran levantado tantas resistencias en una época que precisamente pertenecía a los hombres violentos y apasionados, si no hubieran vivido en lucha con las pequeñas oligarquías locales. Dueñas éstas de los medios de publicidad, e inspiradoras de los pocos que por aquel tiempo podían servirse eficazmente de una pluma, se defendieron con entusiasmo, y los dictadores rojos tuvieron que sucumbir ante el ataque de los que, apostados en las cuatro esquinas de la opinión, les hacían una guerra insostenible. Pero esos gauchos bravos habían nacido en momentos en que Europa ardía en la llama de la Revolución, y a medio siglo de distancia, con las modificaciones fundamentales que imponía la atmósfera, sintetizaban de una manera confusa en el Mundo Nuevo el esfuerzo de los de abajo contra los de arriba. No eran instrumentos de la barbarie. Eran producto de una democracia tumultuosa en pugna con los grupos directores (9).

A diferencia de la gran mayoría de los escritores de su época, Ugarte fue un encendido promotor del nacionalismo económico, la necesidad de la industrialización y la nacionalización de los recursos naturales que estaban en manos de compañías extranjeras. El modelo agromineroexportador mantenía a nuestros países en la condición de semicolonias incapaces de controlar sus destinos.

Intérpretes de las aspiraciones de la enorme masa ajena a los partidos, propiciaremos ante todo el desarrollo de las industrias nacionales, fomentaremos el florecimiento de las iniciativas argentinas y ayudaremos todo empuje que tienda a revelar o desarrollar fuerzas propias, subrayando el nacionalismo político con el nacionalismo económico y haciendo que las iniciativas que nacen, evolucionan y quedan en el país sustituyan por fin a las fuerzas económicas que vienen del extranjero y vuelven a él, llevándose gran parte de nuestra riqueza. (…) Los que sólo exportan materias primas son, en realidad, pueblos coloniales. Los que exportan objetos manufacturados son países preeminentes (10).

Manuel Ugarte, a la par en que promueve nuestra independencia económica, sostiene que es imperioso alcanzar nuestra emancipación intelectual. Es imprescindible construir una epistemología propia, pensar la realidad latinoamericana considerando sus particularidades y no meramente importando doctrinas e ideas de los países dominantes.

Lo que nos ha perjudicado hasta ahora en la América del Sur ha sido precisamente el teoricismo que nos induce a resolver nuestros problemas con fórmulas importadas y a calcar nuestra vida sobre otras vidas, sin tener en cuenta que si todos los grupos se desarrollan de acuerdo con las mismas leyes, en cada región existen causas que intensifican o acentúan su ejecución o su eficacia. Además, los mismos principios no convienen indistintamente a todos los casos, y así como la historia no se repite y no encontramos dos veces en el curso de los siglos iguales situaciones y conflictos idénticos, tampoco podemos pretender que dos países de diverso origen, sin más lazo de unión que la solidaridad humana, se ajusten exactamente a la misma manera de ver y al mismo paso (11).

Buscando difundir sus ideas, en 1915, comienza a editar el diario La Patria. Allí, envía un mensaje a la juventud proponiéndole un programa político basado en la industrialización, la nacionalización de la riqueza, el desarrollo de la infraestructura nacional; convoca, además, a combatir al imperialismo, los monopolios y las compañías extranjeras y propone una reforma educativa de carácter nacional. En el primer número aquel del 24 de noviembre de 1915 escribe:

Manuel Ugarte después de su conferencia «El problema de América» en El Ateneo de Madrid (1911)

Manuel Ugarte después de su conferencia «El problema de América» en El Ateneo de Madrid (1911) Fuente: Archivo General de la Nación (Argentina), Legajo Manuel Ugarte 2235

Estas ideas se difunden ampliamente en diversos ámbitos del mundo político y educativo latinoamericano, en particular, en los jóvenes que protagonizan la Reforma Universitaria de Córdoba (1918) que se expande por toda la región. Durante su Campaña Hispanoamericana Ugarte había estrechado vínculos con numerosos jóvenes dirigentes -junto a quienes había conformado asociaciones en defensa de la unidad latinoamericana- que recepcionan favorablemente las ideas llegadas del sur del continente. Tal fue la importancia de Manuel Ugarte en este ámbito que el 11 de abril de 1918 es el único orador no estudiantil en el acto de fundación de la Federación Universitaria Argentina (FUA).

Pero, a pesar del reconocimiento que obtuvo en otras latitudes – compartió, por ejemplo con Alberto Einstein, Miguel de Unamuno, Henri Barbusse, Máximo Gorki y Upton Sinclair la dirección de la revista francesa Monde- por su desinteresada prédica en favor de la unidad latinoamericana, Ugarte se convierte en un maldito para la cultura oficial a la que combatió en sus pilares fundamentales. A partir de la defensa de estas ideas, comienzan a cerrársele las puertas de la gran prensa a un escritor que a comienzos de siglo publicó en importantes editoriales europeas libros que fueron prologados por destacados literatos de la época. En su campaña por América Latina, Ugarte consume íntegramente la riqueza familiar y para ganarse la vida necesita escribir artículos periodísticos, pero los diarios también le dan la espalda.

Durante la década de 1930, cuando algunos amigos escritores, como Manuel Gálvez y Alfonsina Storni, levantan la candidatura de Ugarte para recibir el Premio Nacional de Literatura, el jurado se lo niega argumentando que todos sus libros se publicaron fuera de país. Ugarte siente en carne propia el dolor de escribir, título que lleva uno de sus libros de memorias. Los escritores nacionales tienen frente a sí los caminos del silencio, la expatriación o el suicidio.

Manuel Ugarte en Lima (1913)

Manuel Ugarte en Lima (1913) Fuente: Archivo General de la Nación (Argentina), Legajo Manuel Ugarte 2235

Manuel Ugarte, Ciudad de México, 1917

Manuel Ugarte recibiendo la bandera de México en representación de los estudiantes argentinos en Ciudad de México (1917) Fuente: Norberto Galasso. Manuel Ugarte y la unidad latinoamericana. Buenos Aires: Colihue (Grandes biografías), 2012, p. 154

Hacia el final de su vida, Manuel Ugarte evoca a sus compañeros de la Generación del 900

En Escritores Iberoamericanos del 900 y El naufragio de los argonautas, obras que la Universidad Nacional de Lanús reedita en el presente volumen, Ugarte escribe la historia de su generación literaria. La suya fue una camada de escritores que recogieron la lucha por la unidad latinoamericana que había sido prácticamente abandonada desde los tiempos de la Guerra del Paraguay. En el primero de los libros mencionados, Ugarte recuerda con amargura:

Voy a hablar de una generación malograda, de una generación vencida. Ninguno (…) alcanzó lo que esperaba. La mayor parte de ellos murió prematuramente. Unos tuvieron la constante zozobra de atender ante todo a la subsistencia, defendiéndose con ayuda del periodismo. (…) Otros conocieron la amargura de verse expatriados por razones políticas (…) Ninguno fue feliz, ninguno alcanzó la paz propicia que ayuda a emprender la obra verdaderamente durable. Obligados a luchar contra fuerzas hostiles, se dispersaron en cambios de residencia o en preocupaciones accesorias. Pero de esta derrota de la primera germinación auténtica de un ideal continental, queda algo más que el recuerdo de un sacrificio (13).

La intelligentzia latinoamericana de 1900, enfeudada a la dicotomía sarmientina de civilización y barbarie, asumió con carácter pretendidamente científico las matrices epistémicas emanadas por los países centrales en su avidez imperialista. De esta manera, el ideario positivista gozó de amplia difusión en las élites intelectuales de las ciudades-puerto para legitimar la autodenigración que buscaba el atraso latinoamericano no en la dependencia económica y cultural sino en supuestos estigmas raciales.

Manuel Ugarte, José Ingenieros, Leopoldo Lugones, Alfredo Palacios y Enrique del Valle Iberlucea son algunos de los principales exponentes de esta generación. Pese a la posterior claudicación de algunos de estos intelectuales, el valor histórico de la Generación del 900 es trazar un puente entre el ideario de Mayo de 1810 y la Reforma de 1918 en su carácter nacional latinoamericano.

Esta generación buscó reverdecer en un plano espiritual a la Patria Grande bolivariana ya que, el contacto con escritores latinoamericanos como Rubén Darío, Rufino Blanco Fombona y José Enrique Rodó, los condujo a la certeza de que todos ellos pertenecían a una nación inconclusa. De ese modo, la Generación del 900 promovió la reunificación de América Latina de la mano de una literatura, una filosofía y un arte de carácter social y nacional.

Enrique Rivera (1950) considera que el fracaso de esta generación se produjo por “(…) la impotencia política de la clase media latinoamericana para realizar la revolución democrática y de unificación nacional del continente, carente como se hallaba de bases materiales” (14). De esta manera, los hombres de la Generación del 900 tuvieron que entregarse a la superestructura que rige la cultura oficial o bien sostener una existencia de exilio, marginación política y silenciamiento intelectual.

No obstante, durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón, Ugarte obtiene un importante reconocimiento por su ideario latinoamericano al ser nombrado diplomático en México, Nicaragua y Cuba. El viejo luchador de la Patria Grande veía en la Revolución Nacional Justicialista la materialización de aquellas ideas que él defendió a comienzos de siglo, casi en soledad.

Manuel Ugarte, Cuba, 1949

Manuel Ugarte presentando sus cartas credenciales al presidente de Cuba (1949) Fuente: Archivo General de la Nación (Argentina), Legajo Manuel Ugarte 2235

Manuel Ugarte, 1946

Manuel Ugarte jura como embajador argentino en México ante el presidente Juan Domingo Perón (1946) Fuente: Archivo General de la Nación (Argentina), Departamento de documentos de Cine, Audio y Vídeo

En el libro póstumo La reconstrucción de Hispanoamérica, Ugarte expresa su adhesión al movimiento nacional y su líder, por el que votará en las elecciones del 11 de noviembre de 1951 pese a las divergencias con algunos funcionarios que lo llevaron a renunciar a sus funciones.

Perón: ésa es la voluntad nacional y en ella se funde actualmente la salvación de la Patria. (…) Por encima de los errores inevitables de todo gobierno y de las mismas injusticias, tan inevitables como los errores, está la trayectoria de la gigantesca obra emprendida y el resplandor de la Patria nueva que está surgiendo. La perfección es una idea abstracta que no fue alcanzada jamás en la historia por ningún partido, ni por ningún hombre. Lo que urge considerar es la labor formidable, la intención patriótica, la medular transformación de los resortes administrativos y de los ideales nacionales que ha traído providencialmente. Perón, jugándose entero, exponiendo su vida y la de su extraordinaria y magnífica compañera en un fervor de creación nacionalista que sólo tiene parangón con la gesta de la Independencia. Las muchedumbres que lo aclaman no obedecen a sugestiones o consignas; tienen la intuición, como siempre la tuvieron las masas en los momentos culminantes, de que la sinceridad de ellas está contenida en la sinceridad de quien las representa y de que están colaborando en una obra superior a los intereses y a la duración de los que las inspiran y de los que la realizan, de que están haciendo historia con sus propias vidas (15).

De regreso en Francia, el lugar donde descubrió las ideas por las que renunció a todo prestigio literario y solidez económica, Manuel Ugarte muere el 2 de diciembre de 1951. Se presume que se ha suicidado a causa de emanaciones de gas. Al poco tiempo, un grupo de escritores y políticos, entre los que se encuentran Manuel Gálvez, Jorge Abelardo Ramos, Rodolfo Puiggrós y John William Cooke organizan un comité para repatriar sus restos. Este último, recuerda al viejo luchador de la Patria Grande con la nota Manuel Ugarte: el coraje solitario, publicada en la revista De Frente.

Ugarte fue un intelectual que no pactó, ni con los poderes dominantes, ni con la traición a lo nacional. Un socialista que concibió al pueblo como un conglomerado real de hombres de carne y hueso, de seres sufrientes y con derecho a un mejor destino. Un americanista que comprendió que la revolución reivindicadora debía computarse en términos continentales. Un patriota que supo que la grandeza de la Nación, no debía medirse en los términos contables de balanzas exportadoras.

Todo ello lo convirtió en un precursor, exponiendo en la soledad sin remedio su mensaje sin destinatarios. La generación actual –que lleva a cabo el objetivo de sus ensueños– tiene una gran deuda con Ugarte. Puede pagarla demostrando que su soledad no fue infecunda. Que su coraje no fue estéril (16).

En 1953, dos años después de su muerte, por primera vez una editorial argentina (Indoamérica) publica un libro suyo. Las razones del ocultamiento que pesa al día de hoy sobre la vida y las ideas de Manuel Ugarte son extraliterarias.

LOS VIAJES DE MANUEL UGARTE (1875-1951)¹

¹ Datos extraídos de: Galasso, N. (1974). Manuel Ugarte y la lucha por la unidad latinoamericana [2 tomos]. Buenos Aires: Eudeba; Ugarte, M. (1987). La Nación latinoamericana. Caracas: Biblioteca

Tabla de los viajes de Ugarte

Año

País

Razones del viaje, itinerarios, publicaciones, intervenciones públicas, acontecimientos personales.

1875 - 1889

Bandera de Argentina

Nacimiento, infancia, adolescencia, estudios en el Colegio Nacional Buenos Aires, acercamiento a la bohemia porteña.

1889

Bandera de Francia

Concurre con su familia a la Exposición Universal de París. Conoce al poeta cubano Augusto de Armas, que será su tutor.

1890 - 1897

Bandera de Argentina

Regresa a Buenos Aires, abandona sus estudios de bachillerato. Publica cuadernillos de poemas, traba amistad con Lucio V. Mansilla, Carlos Guido y Spano, Pedro B. Palacios (Almafuerte), Magnasco, C. Pellegrini, J. Ingenieros, A. Palacios. Funda la Revista Literaria.

1897 - 1899

Bandera de Francia

Abandona la Argentina y viaja a París, dice: “Mi juventud no se sentía atraída por un nuevo medio. Simplemente se evadía del medio en que se ahogaba”. Participa en la conmoción que genera “El caso Dreyfus” en Francia, simpatiza con el socialismo de Jean Jaurès. Escribe en el diario El tiempo de Buenos Aires. Critica la intromisión yanqui en Cuba.

1899

Bandera de Estados Unidos

Llega en junio a Estados Unidos.
Conoce en Boston a uno de sus mejores amigos, el venezolano Rufino Blanco Fombona.

1899

Bandera de México

De EE. UU. pasa a México, dando inicio a una serie ininterrumpida durante el resto de su vida sobre escritos e intervenciones de temas mexicanos.
Establece relaciones con personalidades de la cultura y el arte mexicanos.

1899

Bandera de Cuba

A fin de año viaja a Cuba. Reafirma sus convicciones sobre el peligro yanqui para el resto del continente americano

1900 - 1902

Bandera de Francia

Vuelve a París. Se reúne con la bohemia de escritores latinoamericanos: Rubén Darío, Amado Nervo, Francisco Contreras, Enrique Gómez Carrillo, entre otros. Frecuenta espacios izquierdistas. Colabora en el periódico El tiempo. Publica su primera novela: Los paisajes parisienses.
Publica en el diario El País de Buenos Aires dos artículos antiimperialistas: “El peligro yanqui” y “La defensa latina”.

1902

Bandera de España

Viaja a España, visita a Unamuno. Se reúne con escritores y dirigentes del partido socialista español. En España escribe contra la agresión imperialista en Venezuela. Publica Crónicas de bulevar.

1902

Bandera de Argelia

De Madrid viaja rumbo a Argelia para retornar a París.

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Citas

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